

Una vieja tradición académica quiere que cada curso se abra con una lección inaugural que simbolice las miles de clases de toda condición que a partir de ahora mantendrán ocupados a profesores y alumnos. Quiere también la liturgia universitaria que para ello se siga un turno de orden entre las Facultades y un turno de antigüedad entre sus catedráticos. A decir verdad, nunca supuse, en los algo más de veinte años en que vengo asistiendo regularmente a estos actos, como alumno primero y como... Saber másexpand_more
Una vieja tradición académica quiere que cada curso se abra con una lección inaugural que simbolice las miles de clases de toda condición que a partir de ahora mantendrán ocupados a profesores y alumnos. Quiere también la liturgia universitaria que para ello se siga un turno de orden entre las Facultades y un turno de antigüedad entre sus catedráticos. A decir verdad, nunca supuse, en los algo más de veinte años en que vengo asistiendo regularmente a estos actos, como alumno primero y como profesor después en cuatro Universidades españolas y tres norteamericanas, que algún día tan próximo yo habría de convertirme en oficiante de esta secular ceremonia académica. Y menos aún pude imaginar que lo haría en el mismo aula en la que profesé por vez primera en esta Universidad, hace ya seis años; o en la misma Facultad a la que desde entonces he destinado mis mejores esfuerzos docentes e investigadores, y a la que he pretendido además servir como Secretario y como Decano junto con un puñado de compañeros, ya afortunadamente amigos, con quienes tengo contraída una deuda impagable de gratitud.
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